Ivan Illich. De la cultura libresca al manual escolar
Queremos compartir la lectura de un texto de Ivan Illich que fuera publicado en 2002 por el Fondo de Cultura Económica. Más allá de las coincidencias o diferencias que provocan los textos de Illich, en esta introducción al Didascalicon de Hugo de San Víctor se podrían encontrar notables resonancias de los orígenes medievales del libro y su cuestionamiento actual como componente esencial de nuestras tareas con manuales escolares.
“La cultura clásica de la imprenta fue un fenómeno efímero. Según Steiner, pertenecer a "la edad del libro" significó la posesión de los medios de lectura. El libro era un objeto doméstico, estaba disponible para ser releído a voluntad. La época presuponía el espacio privado y el reconocimiento del derecho a periodos de silencio, y también la existencia de cámaras de eco como periódicos, academias o tertulias.
La cultura del libro requería un mayor o menor consenso sobre el canon de los valores y modalidades textuales. Y eso representó más que un simple medio para que aquellos que se convirtieran en sus expertos pudieran reclamar los privilegios de la clase media. En la medida en que la lectura libresca fue el objetivo de la iniciación para católicos, protestantes y judíos asimilados, del clero y de anticlericales iluminados, tanto de humanistas como de científicos, las formalidades envueltas en este tipo de lectura definieron, y no simplemente reflejaron, las dimensiones de la topología social.
El libro ha dejado de ser la metáfora raíz de la época; la pantalla lo ha remplazado. El texto alfabético se ha convertido en una más de las múltiples formas de codificar algo, que ahora se denomina "el mensaje". Retrospectivamente, la combinación de todos aquellos elementos que desde Gutenberg al transistor habían fomentado la cultura libresca aparece como una singularidad de este periodo fundamental, característico de una sociedad, a saber, la occidental.
Esto es así pese a la revolución del libro en rústica, el retorno solemne a la lectura pública de poemas y el a veces magnífico florecimiento de editoriales alternativas y caseras. La lectura libresca puede reconocerse ahora claramente como el fenómeno de una época y no como un paso lógicamente necesario en el progreso hacia el uso racional del alfabeto; como un modo, entre varios, de interacción con la página escrita; como una vocación particular, entre muchas, para ser cultivada por algunos dejando otros modos a otros. Pero la coexistencia de diferentes estilos de lectura no es un fenómeno nuevo.
Para ilustrar mi postura me gustaría contar la historia de la lectura durante un lejano siglo de transición. Comparto con George Steiner un sueño en el que, fuera del sistema educativo que ha asumido funciones completamente diferentes, podría haber algo así como casas de lectura, similares al shul judío, la medersa islámica o el monasterio, donde los pocos que descubran su pasión por una vida centrada en la lectura pudieran encontrar la guía necesaria, el silencio y la complicidad del compañerismo disciplinado que se precisan para la larga iniciación en una u otra de las diversas "espiritualidades" o estilos de celebrar el libro.
Para que pueda comenzar a florecer un nuevo ascetismo de la lectura, debemos primero reconocer que la lectura libresca "clásica” de los últimos 450 años es sólo una entre varias formas de utilizar las técnicas del alfabeto. Por esta razón describo e interpreto, en los seis primeros capítulos, un avance técnico decisivo que tuvo lugar hacia 1150, trescientos años antes de que el tipo movible se comenzara a usar. Este avance consistió en la combinación de más de una docena de inventos técnicos y adaptaciones a través de los cuales la página dejó de ser partitura para convertirse en texto.
No fue la imprenta, como normalmente se asume, sino este conjunto de innovaciones, doce generaciones antes, lo que constituyó el fundamento necesario para todos los estadios recorridos desde entonces por la cultura libresca. Esta colección de técnicas y hábitos permitió imaginar el "texto" como algo separado de la realidad física de una página. Reflejó, y a su vez condicionó, una revolución en lo que la gente culta hacía cuando leía, y en lo que experimentaba que significaba la lectura.
En mis comentarios al Didascalicon de Hugo, propongo una etología histórica de los hábitos de lectura medievales junto a una fenomenología histórica de la lectura-como-símbolo en el siglo XII. Lo hago con la esperanza de que la transición de la lectura monástica a la escolástica pueda iluminar de algún modo una transición muy diferente que está teniendo lugar en la actualidad.”
“La cultura clásica de la imprenta fue un fenómeno efímero. Según Steiner, pertenecer a "la edad del libro" significó la posesión de los medios de lectura. El libro era un objeto doméstico, estaba disponible para ser releído a voluntad. La época presuponía el espacio privado y el reconocimiento del derecho a periodos de silencio, y también la existencia de cámaras de eco como periódicos, academias o tertulias.
La cultura del libro requería un mayor o menor consenso sobre el canon de los valores y modalidades textuales. Y eso representó más que un simple medio para que aquellos que se convirtieran en sus expertos pudieran reclamar los privilegios de la clase media. En la medida en que la lectura libresca fue el objetivo de la iniciación para católicos, protestantes y judíos asimilados, del clero y de anticlericales iluminados, tanto de humanistas como de científicos, las formalidades envueltas en este tipo de lectura definieron, y no simplemente reflejaron, las dimensiones de la topología social.
El libro ha dejado de ser la metáfora raíz de la época; la pantalla lo ha remplazado. El texto alfabético se ha convertido en una más de las múltiples formas de codificar algo, que ahora se denomina "el mensaje". Retrospectivamente, la combinación de todos aquellos elementos que desde Gutenberg al transistor habían fomentado la cultura libresca aparece como una singularidad de este periodo fundamental, característico de una sociedad, a saber, la occidental.
Esto es así pese a la revolución del libro en rústica, el retorno solemne a la lectura pública de poemas y el a veces magnífico florecimiento de editoriales alternativas y caseras. La lectura libresca puede reconocerse ahora claramente como el fenómeno de una época y no como un paso lógicamente necesario en el progreso hacia el uso racional del alfabeto; como un modo, entre varios, de interacción con la página escrita; como una vocación particular, entre muchas, para ser cultivada por algunos dejando otros modos a otros. Pero la coexistencia de diferentes estilos de lectura no es un fenómeno nuevo.
Para ilustrar mi postura me gustaría contar la historia de la lectura durante un lejano siglo de transición. Comparto con George Steiner un sueño en el que, fuera del sistema educativo que ha asumido funciones completamente diferentes, podría haber algo así como casas de lectura, similares al shul judío, la medersa islámica o el monasterio, donde los pocos que descubran su pasión por una vida centrada en la lectura pudieran encontrar la guía necesaria, el silencio y la complicidad del compañerismo disciplinado que se precisan para la larga iniciación en una u otra de las diversas "espiritualidades" o estilos de celebrar el libro.
Para que pueda comenzar a florecer un nuevo ascetismo de la lectura, debemos primero reconocer que la lectura libresca "clásica” de los últimos 450 años es sólo una entre varias formas de utilizar las técnicas del alfabeto. Por esta razón describo e interpreto, en los seis primeros capítulos, un avance técnico decisivo que tuvo lugar hacia 1150, trescientos años antes de que el tipo movible se comenzara a usar. Este avance consistió en la combinación de más de una docena de inventos técnicos y adaptaciones a través de los cuales la página dejó de ser partitura para convertirse en texto.
No fue la imprenta, como normalmente se asume, sino este conjunto de innovaciones, doce generaciones antes, lo que constituyó el fundamento necesario para todos los estadios recorridos desde entonces por la cultura libresca. Esta colección de técnicas y hábitos permitió imaginar el "texto" como algo separado de la realidad física de una página. Reflejó, y a su vez condicionó, una revolución en lo que la gente culta hacía cuando leía, y en lo que experimentaba que significaba la lectura.
En mis comentarios al Didascalicon de Hugo, propongo una etología histórica de los hábitos de lectura medievales junto a una fenomenología histórica de la lectura-como-símbolo en el siglo XII. Lo hago con la esperanza de que la transición de la lectura monástica a la escolástica pueda iluminar de algún modo una transición muy diferente que está teniendo lugar en la actualidad.”
Una última apostilla ¿por qué viñedo?
"Cuando Hugo lee, cosecha; recoge los frutos de las líneas. Sabe que Plinio ya había observado que la palabra pagina, "página", puede referirse a las líneas de viñedos consideradas en conjunto.
Las líneas de la página eran los hilos del enrejado que sostiene las viñas. Mientras recoge el fruto de las hojas del pergamino, las voces
paginarum caen de su boca; como un suave murmullo si van dirigidas a su propio oído, o recto tono, si se dirige a la comunidad de monjes."
1. ILLICH, Iván (2002) En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “didascalicon” de Hugo de San Víctor, México, 2002
Las líneas de la página eran los hilos del enrejado que sostiene las viñas. Mientras recoge el fruto de las hojas del pergamino, las voces
paginarum caen de su boca; como un suave murmullo si van dirigidas a su propio oído, o recto tono, si se dirige a la comunidad de monjes."
1. ILLICH, Iván (2002) En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “didascalicon” de Hugo de San Víctor, México, 2002
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