El mundo es cada vez más mundial: va del aereopuerto al spa, al mall, a los resorts y de regreso. Se conecta por celular o internet a cuentas de banco, casas de bolsa, servicios médicos, de mantenimiento o reparación de todo lo imaginable, y tiene acceso a información de innumerables fuentes siempre y cuando no estén clasificadas, y aun si es así.
En un mundo como éste, Un mundo feliz, un 1984, las restricciones impuestas a la producción y expresión de las iniciativas particulares de los grupos y las personas -- por el mercado, los gobiernos y las cofradías culturales-- parecieran no haber dejado más canal que la red global de comunicaciones, la virtualidad de la informática y la computación, para sortear los cercos aun a riesgo de sustituir y homogenizar la vasta experiencia humana que sigue buscando expresarse sin cortapisas.
Por fortuna esto es una falacia.
La sociedad actual es global sólo en tanto existen directrices cada vez más homogéneas que intentan --no lo logran del todo-- diseñar y normar formas de vida usables, que no útiles, por los intereses de pocos. Es real que el internet ha logrado romper barreras que veinte años atrás tenían cercados a grandes sectores de población que literalmente no sabían cómo hacerle para expresar sus inquietudes, comunicarse de manera efectiva y tan veloz que puede ser instantánea. El mundo de las relaciones ha crecido enormidades desde la popularización del correo electrónico y el internet, y este no es un texto para denostar las comunicación mediante computadora, salvo que las limitaciones a la textura de las imágenes digitales y las todavía barreras para un diseño gráfico tan dúctil como el que campea en las publicaciones normales es todavía un hecho. Existe una discusión --a la que no entraremos-- de si las imágenes por computadora, sean de cine o fotografías, logran la precisión y el encanto de sus originales generados analógicamente. Lo real es que una gran parte del planeta no tiene acceso a la red de comunicación por computadora.
Lo que la sociedad globalizante no ha registrado es que desde todos los rincones existen personas y grupos que, siguiendo una tradición que se remonta a los orígenes de la imprenta, publican cuadernos, revistas, folletos, volantes, carteles o periódicos con una bajísima producción y no necesariamente mala calidad; algunos son incluso ejemplos de diseño y línea editorial. Con los limitados recursos a su alcance, desde las regiones rurales no globalizadas o apenas conectadas, y desde el centro mismo de las ciudades y sus barrios, los tirajes populares de cancioneros, poemarios, declaraciones coyunturales, denuncias, manuales de herbolaria o doctrina religiosa o política, narraciones, crónicas y avisos circulan subterráneamente pese a que todos los aparatos del mercado o los gobiernos, la policía o los comisarios de la cultura han hecho lo posible por erradicarlas o han creído tan despreciable esa producción que simplemente no la contabilizan en sus estadísticas.
Estas literaturas de cordel siguen circulando a espaldas del sistema normativo en tendajones, en los mercados callejeros de pueblos, rancherías o barrios, en los locales de las organizaciones campesinas, artísticas, gremiales, barriales o de jóvenes, con presencia, pertinencia, afinidad y cercanía con los modos culturales de quienes los producen, convirtiéndose en espejo de la experiencia regional --si entendemos por regional no lo geográfico sino el entramado de relaciones de grupos y personas.
El nombre de literatura de cordel le viene del proceso de secado de las páginas que una vez impresas se cuelgan en los tendederos a orear. Su producción es el extremo más modesto del sector editorial, pero sigue viva porque el impulso narrativo, ese impulso por intercambiar experiencias y tener una identidad pública (incluso anónima), esas ganas de hacer sentido en el aparente vacío que nos circunda y que nos hace dudar de nuestra existencia, es tan remoto como la relación humana y no empieza con la imprenta. Si el saber empalmó con esta tendencia renacentista, fue por las mismas razones que hoy se invocan para el internet, por eso no cabe deslegitimar el medio electrónico así nomás. En aquel entonces también el poder temía la nueva herramienta.
Alguien que siempre reconoció la potencialidad de la escritura y su publicación, por modesta que fuera, fue Freinet. A principios de este siglo, el educador anarquista instaló imprentas manuales en las escuelas porque entendió la carga liberadora de hacer surgir la individualidad como centro único de la experiencia.
Hoy, en un mundo que acumula más y más experiencia simultánea, las páginas de estos cuadernos o folletines alimentan a los trovadores, a los huapangueros, a los poetas locales, a los ávidos de aprenderse una letra, unos versos o una historia, pero también a los grupos disidentes, contraculturales --y existen casi siempre en la frontera con tradiciones orales remotas o recientes.
Un ejemplo notable son las colecciones de literatura de cordel que circulan por el sertón brasileño, en la parte nordeste del país sudamericano. En este enclave de un aparente medievo entreverado de industria pesada, hambrunas, sectas religiosas, santería y miseria --y donde surgen como resistencia corrientes sociales como el Movimiento de los Sin Tierra--, las vida de músicos, de poetas como Myriam Fraga, de educadores locales como Anisio Teixeira-Grande, o los llamados ejemplos como la historia del protestante que fue expulsado del cielo, la de la mujer que dio luz a una cobra por renegar del buen Jesús de Lapa, o aquella de la muchacha con minifalda que tomó un baño de mar con Satanás en la playa de Amaralina, siguen arrobando a los miles que las leen y las recirculan entre parientes y amigos.
En México son los decimistas cercanos a los sones huasteco y jarocho, o al huapango arribeño, quienes siguen produciendo una literatura regional cercana a la literatura de cordel brasileña. A fin de milenio, no es posible excluir la cultura underground cercana al rock, al movimiento punk y al anarquismo que desde los ochenta publica los llamados fanzines (juego de palabras entre magazine y fan, fanático, pero también abanico, en inglés), es decir, publicaciones producidas por quienes las consumen, y que han roto barreras nacionales en sus canales subterráneos. Las múltiples publicaciones de grupos armados rebeldes, organizaciones campesinas, indígenas, organismos no gubernamentales ecológicos o enfocados a la salud, grupos de la comunidad lésbico-gay, gente volcada a los comics, comunas autogestivas o comités vecinales, difunden todas algo para decir aquí estoy. Es tal la avidez de decirlo --el grafitti es la muestra más contundente y quizá la más remota de ese impulso-- que seguirán proliferando para gritar desde las grietas la pertenencia, la memoria y la experiencia de millones que no están contemplados pero existen.
Ramón Vera Herrera