Pupitres, manzanas y libros
El pintor norteamericano George Deem ha dedicado su trabajo a citar a los maestros a los que admira. Es conocido por haber realizado distintas reinterpretaciones de obras conocidas, especialmente de Vermeer, realizando en ellas modificaciones más o menos sutiles que intentan sugerir alguna idea o impresión de Deem acerca de la obra replicada, más que de la escena representada en ella. De ese modo, este pintor nos invita a introducirnos en un laberinto de espejos: la sensación que nos surge al detenemos frente a sus obras es producto de la impresión que le surgió a Deem al detenerse frente a la obra citada. Si pensamos que estamos hablando de los sentimientos o pensamientos producidos por una pintura, mucho más ambiguos e indisciplinados que los que produce, por ejemplo, un texto, el fenómeno de «différance» o desplazamiento de significado del que habla Derrida se multiplica de manera exponencial.
Entre 1993 y 1994, Deem organiza una exposición itinerante por los Estados Unidos, cuyas producciones están compiladas en el libro Art School. Las obras son las distintas versiones de una humorada que, para no arruinar, vamos a presentar con algunos ejemplos:
Una de las cosas (quizás la fundamental) que tienen en común el humor y el conocimiento es que ambas inquietudes requieren de la inteligencia. La satisfacción que nos produce el acceder a la comprensión de algún fenómeno y la gracia que nos hace la sorpresa de alguna ocurrencia ingeniosa comparten una arista común: el descubrimiento de un nuevo punto de vista desde el cual observar las cosas. En el caso del ingenio de Deem, nos interesa resaltar los distintos significados de la palabra escuela a los que recurrió para realizar los homenajes a sus maestros. Como ya ha dicho Pablo Pineau, el gran triunfo de la escuela moderna consiste en haberse convertido en sinónimo de educación, es decir, en hacer que cuando escuchamos a alguien referirse a cuestiones educativas inmediatamente nos representamos lo que está diciendo a través de la imagen de un maestro frente a un grupo de alumnos sentados en una fila de pupitres. Aún en los casos más inverosímiles, como en las escuelas de fútbol o de cocina, nos parece que la forma más natural de transmitir los conocimientos es colocar al sabio en un aula, sentar frente a él a los aprendices, y dejarle enseñar (este verbo también es polisémico) sus conocimientos. Así, George Deem, a lo mejor sin haber leído a Pablo Pineau, homenajea a la maestría de los artistas consagrados entremezclando entre sus obras a una fila de pupitres. Algo particularmente curioso ocurre cuando, en este juego de espejos, se colocan frente a frente dos, o incluso tres momentos diferentes de la historia de la educación. Veamos lo que sucede cuando Deem quiere homenajear a Rafael:
El fresco de Rafael, ubicado en la Estancia de la Signatura, en los museos vaticanos, es el más conocido de una serie de tres murales que pretenden celebrar las herencias en las que se basa la cultura del renacimiento, de la que el célebre pintor fue uno de los más geniales exponentes. A la hora de imaginar a la academia de Platón, una escuela del siglo IV antes de Cristo, Rafael recurre a la arquitectura y a la vestimenta renacentistas, produciendo una escena más propia de la Florencia del siglo XVI que al siglo de Pericles. Si uno pensara que la intención del pintor de Urbino era la reconstrucción histórica, podría calificar este hecho de anacronismo. Pero esto no le importaría a Rafael, pues su preocupación era el homenaje y no la historia de la educación; y para que el homenaje funcionase el anacronismo, o mejor dicho, la certeza de la permanencia en el tiempo de unas ciertas enseñanzas, le era imprescindible. Deem agrega a la escena una fila de pupitres, y su el resultado es un homenaje de un pintor del siglo XX homenajeando a otro del siglo XVI que, a su vez, homenajeaba a los sabios de la Grecia clásica. O, lo que es lo mismo, se trata de un sujeto educado en la escuela moderna que manifiesta su admiración hacia un artista renacentista y a su modo de imaginar, a su vez, a una escuela del siglo - iv. Quien sabe si, dentro de algunos siglos, no hará falta algún historiador de la educación para comprender qué hacían esos bancos, esos libros y esas manzanas en esta pintura tan extraña.
1 comentario:
Como señalábamos, ocho post más abajo, el miércoles 25 de enero, lo llamativo de las pinturas de George Deem dedicadas a las escuelas de pintura, era que, además de imitar el estilo de dichas escuelas, los temas eran ubicados en un escenario de pupitres, en lo que podríamos llamar el aula escolar como el espacio paradigmático de transmisión de saberes.
Nos resultaron tan sugerentes las imágenes de Deem que prometemos un próximo post comparando con las aulas de museos escolares que hemos reproducido en el blog.
En el caso de la pintura de Rafael agregaríamos al inteligente comentario de Pablo Colotta: falta el cuarto espejo.
Allí estamos en este momento mirando la reproducción de la Escuela de Atenas desde una pantalla de ordenador en internet y nos preguntamos ¿también le colocaríamos pupitres?
Voy a utilizar este tema en el primer teórico introductorio de Historia Social de la Educación 1, al comenzar el cuatrimestre en marzo en el aula informática de la Universidad Nacional de Luján. Y cuando proyecte con el cañon la imagen del cuadro de Deem no habrá nostálgicos pupitres, ni manzanas, ni libro
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