Lecturas femeninas durante el Porfiriato
Un trabajo relacionado con los objetivos de esta Red sobre historia de los manuales escolares, desde la pespectiva de los estudios de género, publica la Dra. Oresta López, ex-Presidenta de la Sociedad Mexicana de Historia de la Educación, SOMEHIDE, en el Diccionario de Historia de la Educación de México.
“La lectura escolar tuvo un gran impulso en el último tercio del siglo XIX, antes se enseñaba a leer para acercarse a la “ciencia de la salvación” mediante el catecismo. La Iglesia consideraba a la instrucción popular como un “viático” que convenía suministrar a cada niño mientras no era suficientemente grande para generar ingresos a la familia. Más que leer, se memorizaba, “cada escolar lee y relee en voz alta su texto hasta que una vez interrogado dé prueba de su capacidad de recitarlo todo de un tirón.” Es a finales del siglo XIX, cuando se expresa la preocupación no sólo por las prácticas de lectura, sino principalmente por seleccionar los libros de texto que se leían en la escuela. La lectura fue un eje importante de los proyectos del estado liberal por promover toda una aculturación y transformación de las mentalidades, para desfanatizar a las masas y favorecer la adopción de la ideología nacionalista del Estado. Se trataba de buscar los “buenos libros” que permitieran la regeneración moral y adoctrinamiento político de las masas. Ahora bien, la lectura, como materia, aparece en la primaria. En los colegios y liceos la lectura no se enuncia como una enseñanza particular, no aparece en los programas como la continuidad de un aprendizaje básico, quizá porque se consideraba que esta reafirmación y continuación de la lectura correspondía a las familias y porque la lectura ya se daba por aprendida. Más bien, los programas se concentraban en perfeccionar la escritura, -no tanto como composición o escritura autónoma- sino como imitación y traducción, como sucedería con la retórica latina, la memorización y práctica de normas gramaticales, o la forma en que se daba el acercamiento a otros idiomas. El control de la lectura de las mujeres no sólo se hacía desde las bibliotecas escolares o familiares, que eran creadas bajo la elección personal de profesoras y padres de familia, sino que es necesario considerar otras circunstancias más estructurales, ya que en la producción de libros se establece una orientación hacia la creación de cierto tipo de corpus de obras y no hacia otras. Es decir se establecen cánones, en el sentido de mantener un determinado corpus de obras y de autores como modelo a seguir. Este tipo de controles, antes y ahora, tienden a nutrir a una industria editorial que incluso tendría que crear diversos atractivos para el lector, a la par que reproducir los valores ideológicos, políticos y culturales que forman parte del sistema de ideas de una época. Es decir los cánones pueden ser suficientemente amplios en algunos aspectos, como fijos en otros. Los cánones seguidos para controlar la lectura femenina se advierten en sus coincidencias para plantear un modelo de mujer. Otros aspectos que aparecen en los libros para mujeres como un callado concierto entre autores es el tipo de formatos discursivos que se emplea en la escritura y diseño de los textos. Mismos que pueden cambiar por razones de orden social y las preferencias de los lectores. Así por ejemplo, hasta antes del siglo XIX se veía a la mujer lectora como protectora de las costumbres, las tradiciones y las maneras familiares. Biblias, catecismos, libros de santos y sermones religiosos parecían ser los textos favorecidos. El aprendizaje de la lectura se valoraba por ser un vehículo de salvación del alma. Posteriormente se perciben cambios en las preferencias de las lectoras: “Las nuevas lectoras del siglo XIX, sin embargo, daban pruebas de tener otros gustos, más seculares, y hubo que diseñar nuevas formas de literatura para su consumo. Entre los géneros destinados a este sector se encontraban los libros de cocina, las revistas y, sobre todo, la novela popular barata.” Las mujeres estaban leyendo menos literatura para su salvación y más textos para vivir la vida terrenal. En el lenguaje de la época las referencias a la novela, la ficción o lo novelesco tenían un sentido peyorativo.El género más favorecido para la lectura no escolar fueron las novelas y sin duda fue el más controlado en las bibliotecas de liceos y el más condenado en las cartas pastorales que hacían alusión a la lectura. Para los escritores y controladores de lecturas femeninas, estas preferencias coincidían con la idea estereotipada de que las mujeres eran fantasiosas, emocionales, frívolas, poco reflexivas y víctimas fáciles de los estímulos eróticos de las historias románticas.”
El artículo continúa con una recopilación de títulos de libros autorizados para las niñas, un análisis de los cánones de la lectura escolar para mujeres (entre ellos El manual de “Economía e higiene doméstica” de Appleton), el desarrollo de las técnicas de edición y los discursos sobre la lectura, y algunas reacciones de la prensa católica contra la secularización modernizante finisecular del porfiriato.
Tomada del trabajo mencionado