Antonio Viñao Frago: lecturas colectivas en voz alta
Ésta podía ser, desde luego, la opinión de un hombre de formación y profesión académicas -inspector de enseñanza primaria-, culto, para el que la lectura silenciosa era el modo habitual de leer. Pero en los años en que fue expuesta indicaba un cambio sustancial, y reciente, en los usos sociales de la lectura; el final de una época y el inicio de otra.
Las lecturas públicas, en voz alta, todavía conservaban en los años finales del siglo XIX y en los primeros del XX un cierto peso y lugar en la vida social. Y no ya en actos rituales religiosos, académicos o administrativos, como seguiría sucediendo después, sino como un modo de expresión literaria y de comunicación, por ejemplo, entre los poetas y su público -Zorrilla llenaba los teatros españoles en la segunda mitad del siglo XIX-, y, sobre todo, en aquellos ámbitos sociales en los que predominaba el analfabetismo y la lectura era no tanto un medio de distracción cuanto de propaganda y proselitismo, es decir, en el mundo obrero. De distracción, por ejemplo, en algunas fábricas de tabaco de Estados Unidos y Cuba donde los mismos obreros pagaban a alguien para que les leyeran las obras que ellos seleccionaban -algunas de índole ideológica-, y de propaganda y proselitismo, también a título de ejemplo, en el movimiento anarquista de la España de principios del siglo XX13.
Estas últimas lecturas públicas, en voz alta, eran, además, lecturas intensivas. Tenían lugar en un ambiente casi sacral e iban acompañadas de comentarios y silencios. Los textos -prensa, libros- eran releídos, memorizados y repetidos. Pasaban a formar parte del mundo intelectual y emocional del lector o del oyente. No eran abandonados o dejados a un lado. Ni siquiera la prensa periódica. Sus ejemplares se guardaban y releían.
Algo muy diferente a lo que sucedía con la prensa informativa o burguesa. Su aparición y expansión significó la correlativa difusión de un modo de leer, extensivo, antes reservado a quienes querían hacer gala u ostentación de haber leído todo lo legible. La prensa puramente informativa era flor de un día que requería, y propiciaba, una lectura superficial y extensiva, errática, sin un orden previamente determinado, en la que el lector picoteaba a su antojo -a veces con una simple ojeada a los titulares- en un texto tipográficamente compuesto y fragmentado para ser leído de ese modo. Un tipo de lectura que de modo progresivo iba a ir desplazando, en otros ámbitos -el libro entre ellos- a modos de leer intensivos y compartidos, centrados en unos pocos textos releídos, comentados y en parte memorizados; a modos de leer que no encajaban en una sociedad en la que la sobreinformación impresa y audiovisual exigiría otros modos de leer, oir y ver. Otros modos en los que el oir desplazaría al escuchar, el ver al mirar y el hojear -u ojear, sin hache- al leer...”
Tomado de VIÑAO FRAGO, Antonio: La enseñanza de la lectura y escritura: análisis socio-histórico, en:http://www.um.es/fccd/anales/ad05/ad0520.pdf