A propósito de la lectura y los 400 años de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha"
Cuatrocientos años son muchos me dije y luego reparé que por lo menos durante 52 había sentido su presencia. Me propuse entonces un repaso sucinto, un ejercicio de la memoria iniciada y asociada a la lectura, individual y colectiva, de una obra en la que uno de sus personajes es la lectura y que permite jugar escenas sobre las lecturas que realiza el protagonista y que intentamos recrear y atrapar con la intensidad que nos propone.
Así fue que surgió esta historia de recuerdos propios y compartidos, porque aparecían repetidos en tiempos que se entrecruzaban, generando en ocasiones figuras y dibujos de marcada impresión, y en otras trazos desvaídos aunque sugerentes. ¿Por qué estos recuerdos de “Don Quijote”?. No tengo la respuesta. Si se que vinieron a dar cuenta de experiencias lectoras.
Recuerdo 1.
En la escuela primaria. En cada uno de los grados había una pequeña biblioteca. Pocos libros en un armario: en general, los clásicos, en las distintas ediciones de Sopena. En 1953 estaba en 6° grado (Escuela Nro. 8 de Haedo – Provincia de Buenos Aires) y en algún momento la maestra nos dio para leer capítulos de “Don Quijote de la Mancha”. Todavía recuerdo su tapa dura, con sobrecubierta ilustrada, y los dibujos interiores, habituales en esas ediciones: los molinos de viento, Sancho Panza, la venta, Don Quijote en su cama y a su lado el cura. Las ilustraciones en color estaban separadas del texto y realizadas sobre un papel que se diferenciaba del resto de las hojas. Se trataba de una selección de capítulos.
Durante varios días la hora de lectura colectiva tuvo un protagonista exclusivo: Don Quijote y las aventuras con los molinos de viento; Sancho Panza ejerciendo justicia; la tristeza de una muerte anunciada. Recorríamos entonces la “manchega llanura”. El personaje nos era simpático y con el estímulo de la maestra, fue uno de los libros que se retiraba para seguir la lectura en el domicilio, compitiendo y compartiendo con aquellos otros más requeridos: “Un capitán de quince años”; “La Isla del tesoro”; “Robinsón Crusoe”; “Viaje al Centro de la Tierra”; “Las aventuras de Tarzán”.
Recuerdo 2.
En la biblioteca de barrio. Por esos años y a unas pocas cuadras de mi casa, funcionaba la Biblioteca Popular “Almafuerte”. Así se llamaba la calle en que estaba ubicada y atribuí a esa circunstancia el nombre de la Biblioteca. Recuerdo sus estantes de madera, sus armarios con puertas de vidrio y sus colecciones de libros: Sopena, Peuser, Tor, Austral, Billiken. Los títulos y autores que buscaba estaban a mi alcance: Verne, Dumas, Stevenson, De Foe, Salgari, etc. . ¿Como llegué hasta allí?. No lo tengo claro. Es probable me hayan informado en la escuela; pudo haber sido de mi abuela el impulso necesario (La abuela era autodidacta, madre de nueve hijos, campesina y lectora incansable). No fui solo: otros dos amigos del barrio (Alfredo y Chango) me acompañaron. Y allí encontré otra vez a “Don Quijote”. Esta vez completo en los dos tomos de la Biblioteca Mundial Sopena.
Recuerdo 3.
En el Colegio Secundario. En cuarto año del Colegio Nacional, una de las materias se ocupaba de Historia de la Literatura Española. Era 1957 y un Colegio en Ramos Mejía. Ya “Don Quijote” no venía solo. Ahora lo acompañaban las “Novelas Ejemplares” y su biografía y sus heridas y sus prisiones; Alcalá de Henares, Lepanto, Argel, El Siglo de Oro. Pero esta vez no estaba aquella maestra, tampoco mi abuela.
Recuerdo 4.
En la Universidad. Fue en 1969 y en forma indirecta. La Editorial Universitaria de Buenos Aires, que había revolucionado unos años antes la industria editorial, con su famosa Colección de “Libros para Todos” y su “Martín Fierro” con dibujos de Carlos Alonso, y que paradójicamente no pasaba por su mejor momento como consecuencia de la dictadura del Gral. Juan Carlos Ongania, publica “Don Quijote” en dos volúmenes, con ilustraciones de Roberto Paez, estudio preliminar de Marcos A. Morinigo, y notas por Celina S. de Cortazar e Isaías Lerner. Cuidada y prestigiosa edición que me acompaña desde entonces.
Recuerdo 5.
En la docencia. Como egresado del Profesorado de Historia, otras lecturas me ocuparon centralmente. Sin embargo la relación historia-literatura, se presentaba habitualmente en los distintos cursos, aunque debo confesar que no era precisamente Cervantes el autor más frecuentado. Ello estaba asociado a los tiempos abordados en mis cursos, generalmente los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo “Don Quijote” volvería a tomar protagonismo.
Puesto a programar unas charlas informales sobre la Vida cotidiana en el Río de la Plata al momento de la Revolución de Mayo de 1810, utilice como fuente “La Argentina en los primeros años de la Revolución”, (selección y traducción de Carlos A. Aldao, Buenos Aires, Biblioteca de “La Nación”, 1916) que reproduce algunas de las cartas escritas por los hermanos John Parish Robertson y William Parish Robertson, comerciantes ingleses que por esos años habían recorrido estas comarcas y que en 1838 habían publicado en Londres, sus famosas Lettres on Paraguay, en dos volúmenes, con testimonios valiosos para la historia de la región.
Una de las cartas seleccionadas por Aldao (la que lleva el número XLVI, pp. 149-156), se refiere a las lecturas que J.P. Robertson realizaba en Asunción del Paraguay para aliviar una situación que consideraba de “mucho aislamiento”. Y entre las lecturas predilectas de J.P. Robertson, un lugar de privilegio correspondía precisamente a “Don Quijote”. Incorporé ese texto como material de apoyo y lo transcribo a continuación:
“Para no llegar a ser completamente extraño a mi país, paisanos e idioma, empleaba mucho de mi tiempo en la biblioteca entre mudos pero instructivos compañeros, los libros ingleses. Reía con los Viajes de Gulliver y admiraba mucho la ironía de Swift. Acudía a Pope por sátira, a Addison Steele por humour, al Vagabundo por filosofía y a Goldsmith por sentimiento y sencillez. Estos y otros de nuestros óptimos autores ingleses, a menudo leía con placer, realzado, quizás, por las circunstancias de ser los únicos clásicos que habían penetrado en aquellas remotas regiones. Pero con todo, me veía obligado a reconocer que, por la combinación de todo lo selecto y excelente en literatura, no había leído ningún libro, en cualquier idioma, muerto o vivo, que yo conociera, que superase a ‘Don Quijote’. Me refiero al Quijote con garbo español, no al caballero andante vestido a la inglesa. He leído Homero y Virgilio en sus dos armoniosas lenguas; pero confieso que no les he extraído nada semejante al placer que me ha proporcionado la obra maestra de Cervantes. Dadme una conversación en el camino entre el Andante Caballero de la Mancha y su ventrudo escudero Sancho Panza; o dejadme escuchar al cortés e instruido caballero cuando dirige la palabra al caballero del Verde Gabán; o dadme un apóstrofe a Dulcinea o la descripción de los ejércitos de carneros; dadme, en suma, cualquier trozo de Don Quijote, envuelto en la mágica dicción de Cervantes y me proporcionaréis todo lo que la imaginación conciba de descollante, lo que la razón requiera de profundidad y justeza, lo que el humour pueda bosquejar de jocoso y encantador, o que la elocuencia pueda exigir de cortesía, vigor y sencillez. Bien pudo Cervantes cuando dejó sobre su escritorito la pluma de ganso con que escribió Don Quijote, dirigir a todos los que se atrevieran a sacarla de su sitio, un “tate, tate, folloncicos”.
Volver a empezar. En todos los grados había una pequeña biblioteca y una hora para la lectura. Había una maestra y una abuela, estímulos necesarios, y un libro que llevábamos a casa. Un libro que nos contaba sobre un hombre que leía; un hombre que con nuestra lectura vivía, de la misma manera que vivían los protagonistas de sus lecturas a los que no dejaba morir. Esta historia comenzó así, hace ya 52 años que son pocos para los 400 que son muchos, como innumerables los participantes de una lectura individual y colectiva que permite retomar siempre la posta.
Buenos Aires, julio de 2005.
Carlos Alberto Suárez
Profesor de Historia.
Así fue que surgió esta historia de recuerdos propios y compartidos, porque aparecían repetidos en tiempos que se entrecruzaban, generando en ocasiones figuras y dibujos de marcada impresión, y en otras trazos desvaídos aunque sugerentes. ¿Por qué estos recuerdos de “Don Quijote”?. No tengo la respuesta. Si se que vinieron a dar cuenta de experiencias lectoras.
Recuerdo 1.
En la escuela primaria. En cada uno de los grados había una pequeña biblioteca. Pocos libros en un armario: en general, los clásicos, en las distintas ediciones de Sopena. En 1953 estaba en 6° grado (Escuela Nro. 8 de Haedo – Provincia de Buenos Aires) y en algún momento la maestra nos dio para leer capítulos de “Don Quijote de la Mancha”. Todavía recuerdo su tapa dura, con sobrecubierta ilustrada, y los dibujos interiores, habituales en esas ediciones: los molinos de viento, Sancho Panza, la venta, Don Quijote en su cama y a su lado el cura. Las ilustraciones en color estaban separadas del texto y realizadas sobre un papel que se diferenciaba del resto de las hojas. Se trataba de una selección de capítulos.
Durante varios días la hora de lectura colectiva tuvo un protagonista exclusivo: Don Quijote y las aventuras con los molinos de viento; Sancho Panza ejerciendo justicia; la tristeza de una muerte anunciada. Recorríamos entonces la “manchega llanura”. El personaje nos era simpático y con el estímulo de la maestra, fue uno de los libros que se retiraba para seguir la lectura en el domicilio, compitiendo y compartiendo con aquellos otros más requeridos: “Un capitán de quince años”; “La Isla del tesoro”; “Robinsón Crusoe”; “Viaje al Centro de la Tierra”; “Las aventuras de Tarzán”.
Recuerdo 2.
En la biblioteca de barrio. Por esos años y a unas pocas cuadras de mi casa, funcionaba la Biblioteca Popular “Almafuerte”. Así se llamaba la calle en que estaba ubicada y atribuí a esa circunstancia el nombre de la Biblioteca. Recuerdo sus estantes de madera, sus armarios con puertas de vidrio y sus colecciones de libros: Sopena, Peuser, Tor, Austral, Billiken. Los títulos y autores que buscaba estaban a mi alcance: Verne, Dumas, Stevenson, De Foe, Salgari, etc. . ¿Como llegué hasta allí?. No lo tengo claro. Es probable me hayan informado en la escuela; pudo haber sido de mi abuela el impulso necesario (La abuela era autodidacta, madre de nueve hijos, campesina y lectora incansable). No fui solo: otros dos amigos del barrio (Alfredo y Chango) me acompañaron. Y allí encontré otra vez a “Don Quijote”. Esta vez completo en los dos tomos de la Biblioteca Mundial Sopena.
Recuerdo 3.
En el Colegio Secundario. En cuarto año del Colegio Nacional, una de las materias se ocupaba de Historia de la Literatura Española. Era 1957 y un Colegio en Ramos Mejía. Ya “Don Quijote” no venía solo. Ahora lo acompañaban las “Novelas Ejemplares” y su biografía y sus heridas y sus prisiones; Alcalá de Henares, Lepanto, Argel, El Siglo de Oro. Pero esta vez no estaba aquella maestra, tampoco mi abuela.
Recuerdo 4.
En la Universidad. Fue en 1969 y en forma indirecta. La Editorial Universitaria de Buenos Aires, que había revolucionado unos años antes la industria editorial, con su famosa Colección de “Libros para Todos” y su “Martín Fierro” con dibujos de Carlos Alonso, y que paradójicamente no pasaba por su mejor momento como consecuencia de la dictadura del Gral. Juan Carlos Ongania, publica “Don Quijote” en dos volúmenes, con ilustraciones de Roberto Paez, estudio preliminar de Marcos A. Morinigo, y notas por Celina S. de Cortazar e Isaías Lerner. Cuidada y prestigiosa edición que me acompaña desde entonces.
Recuerdo 5.
En la docencia. Como egresado del Profesorado de Historia, otras lecturas me ocuparon centralmente. Sin embargo la relación historia-literatura, se presentaba habitualmente en los distintos cursos, aunque debo confesar que no era precisamente Cervantes el autor más frecuentado. Ello estaba asociado a los tiempos abordados en mis cursos, generalmente los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo “Don Quijote” volvería a tomar protagonismo.
Puesto a programar unas charlas informales sobre la Vida cotidiana en el Río de la Plata al momento de la Revolución de Mayo de 1810, utilice como fuente “La Argentina en los primeros años de la Revolución”, (selección y traducción de Carlos A. Aldao, Buenos Aires, Biblioteca de “La Nación”, 1916) que reproduce algunas de las cartas escritas por los hermanos John Parish Robertson y William Parish Robertson, comerciantes ingleses que por esos años habían recorrido estas comarcas y que en 1838 habían publicado en Londres, sus famosas Lettres on Paraguay, en dos volúmenes, con testimonios valiosos para la historia de la región.
Una de las cartas seleccionadas por Aldao (la que lleva el número XLVI, pp. 149-156), se refiere a las lecturas que J.P. Robertson realizaba en Asunción del Paraguay para aliviar una situación que consideraba de “mucho aislamiento”. Y entre las lecturas predilectas de J.P. Robertson, un lugar de privilegio correspondía precisamente a “Don Quijote”. Incorporé ese texto como material de apoyo y lo transcribo a continuación:
“Para no llegar a ser completamente extraño a mi país, paisanos e idioma, empleaba mucho de mi tiempo en la biblioteca entre mudos pero instructivos compañeros, los libros ingleses. Reía con los Viajes de Gulliver y admiraba mucho la ironía de Swift. Acudía a Pope por sátira, a Addison Steele por humour, al Vagabundo por filosofía y a Goldsmith por sentimiento y sencillez. Estos y otros de nuestros óptimos autores ingleses, a menudo leía con placer, realzado, quizás, por las circunstancias de ser los únicos clásicos que habían penetrado en aquellas remotas regiones. Pero con todo, me veía obligado a reconocer que, por la combinación de todo lo selecto y excelente en literatura, no había leído ningún libro, en cualquier idioma, muerto o vivo, que yo conociera, que superase a ‘Don Quijote’. Me refiero al Quijote con garbo español, no al caballero andante vestido a la inglesa. He leído Homero y Virgilio en sus dos armoniosas lenguas; pero confieso que no les he extraído nada semejante al placer que me ha proporcionado la obra maestra de Cervantes. Dadme una conversación en el camino entre el Andante Caballero de la Mancha y su ventrudo escudero Sancho Panza; o dejadme escuchar al cortés e instruido caballero cuando dirige la palabra al caballero del Verde Gabán; o dadme un apóstrofe a Dulcinea o la descripción de los ejércitos de carneros; dadme, en suma, cualquier trozo de Don Quijote, envuelto en la mágica dicción de Cervantes y me proporcionaréis todo lo que la imaginación conciba de descollante, lo que la razón requiera de profundidad y justeza, lo que el humour pueda bosquejar de jocoso y encantador, o que la elocuencia pueda exigir de cortesía, vigor y sencillez. Bien pudo Cervantes cuando dejó sobre su escritorito la pluma de ganso con que escribió Don Quijote, dirigir a todos los que se atrevieran a sacarla de su sitio, un “tate, tate, folloncicos”.
Volver a empezar. En todos los grados había una pequeña biblioteca y una hora para la lectura. Había una maestra y una abuela, estímulos necesarios, y un libro que llevábamos a casa. Un libro que nos contaba sobre un hombre que leía; un hombre que con nuestra lectura vivía, de la misma manera que vivían los protagonistas de sus lecturas a los que no dejaba morir. Esta historia comenzó así, hace ya 52 años que son pocos para los 400 que son muchos, como innumerables los participantes de una lectura individual y colectiva que permite retomar siempre la posta.
Buenos Aires, julio de 2005.
Carlos Alberto Suárez
Profesor de Historia.
Ilustración tomada de:
Ana María Badanelli Rubio "El Quijote en la Escuela"
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